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Jimmy Carter, un presidente de un solo mandato que se convirtió en un estadista trotamundos, muere a los 100 años

Por Stephen Collinson

El expresidente Jimmy Carter, un agricultor de maní de Georgia que prometió restaurar la moralidad y la verdad en la política después de una era de escándalos en la Casa Blanca y que redefinió el servicio postpresidencial, murió este domingo, a los 100 años.

El Centro Carter dijo que el 39º presidente murió en Plains, Georgia, rodeado de su familia.

Carter había estado recibiendo cuidados paliativos domiciliarios desde febrero de 2023 después de una serie de breves estadías en el hospital.

Carter, demócrata, ejerció un solo mandato entre 1977 y 1981, pero perdió la reelección frente a Ronald Reagan. A pesar de sus notables logros como pacificador, la presidencia de Carter es recordada en gran medida como cuatro años sacudidos por los golpes que recibió la economía y la posición de Estados Unidos en el extranjero. Sin embargo, su legado más duradero podría ser el de estadista trotamundos y pionero de los derechos humanos durante un infatigable “retiro” de 43 años.

El presidente Joe Biden dijo en un comunicado que “Estados Unidos y el mundo perdieron a un líder extraordinario, estadista y humanitario”, así como a un hombre de “gran carácter y coraje, esperanza y optimismo”.

“Con su compasión y claridad moral, trabajó para erradicar enfermedades, forjar la paz, promover los derechos civiles y humanos, promover elecciones libres y justas, albergar a las personas sin hogar y siempre defender a los más desfavorecidos. Salvó, levantó y cambió las vidas de personas de todo el mundo”, dijo Biden, y ordenó oficialmente que se celebrara un funeral de estado en Washington.

El presidente electo Donald Trump instó a todos a tener a la familia Carter en sus oraciones. “Quienes hemos tenido la suerte de haber servido como presidente entendemos que este es un club muy exclusivo, y sólo nosotros podemos relacionarnos con la enorme responsabilidad de liderar la nación más grande de la historia”, escribió Trump en Truth Social. “Los desafíos que Jimmy enfrentó como presidente llegaron en un momento crucial para nuestro país e hizo todo lo que estuvo a su alcance para mejorar las vidas de todos los estadounidenses. Por eso, todos le debemos una deuda de gratitud”.

Carter se convirtió en el expresidente vivo de mayor edad cuando superó el récord del fallecido George H. W. Bush en marzo de 2019.

La amada esposa de Carter, Rosalynn, murió en noviembre de 2023. Habían sido inseparables durante su matrimonio de 77 años y, después de su fallecimiento, el expresidente dijo en un comunicado que “mientras Rosalynn estuvo en el mundo, siempre supe que alguien me amaba y me apoyaba”.

El expresidente asistió a los actos conmemorativos de su esposa, incluido un entierro privado y un servicio de homenaje televisado en Atlanta, donde estuvo sentado en la primera fila en una silla de ruedas reclinada. No hizo declaraciones.

Carter asumió el cargo en 1977 con la sincera promesa de liderar un gobierno “tan bueno, honesto, decente, compasivo y lleno de amor como el pueblo estadounidense”, luego de lo que había comenzado como una campaña poco probable para la nominación del Partido Demócrata.

El sureño de sonrisa radiante disfrutó de éxitos significativos, particularmente en el extranjero. Forjó un acuerdo de paz poco común y duradero en Medio Oriente entre Israel y Egipto que sigue vigente, formalizó la apertura del presidente Richard Nixon a la China comunista y puso los derechos humanos en el centro de la política exterior estadounidense.

Pero Carter acabó derribado por una crisis de rehenes de 444 días en Irán, en la que estudiantes revolucionarios se burlaron de la superpotencia al retener a docenas de estadounidenses en Teherán. El malestar social provocado por la crisis se vio exacerbado por los problemas internos de Carter, entre ellos una economía lenta, inflación y una crisis energética.

En ocasiones, el tono moral de principios de Carter y su determinación de despojar a la presidencia de toda ostentación, como por ejemplo vendiendo el yate oficial, Sequoia, parecían rayar en la santurronería. Pero fuera del cargo, Carter se ganó la admiración al vivir sus valores. Apenas un día después de una de las varias caídas que sufrió en 2019, estaba de nuevo construyendo casas para Hábitat para la Humanidad, incluso con un ojo morado y 14 puntos de sutura, y enseñando en la escuela dominical como lo había hecho cientos de veces.

La vida laboral de este devoto bautista del sur apenas comenzaba cuando salió cojeando de la Casa Blanca, humillado por la aplastante victoria republicana de Reagan en 1980, en la que el presidente en ejercicio ganó sólo en seis estados y el Distrito de Columbia.

“Como uno de los expresidentes más jóvenes, esperaba tener muchos años útiles por delante”, escribió Carter en sus memorias de 1982, “Keeping Faith”. Demostró ser fiel a su palabra y se convirtió en un ícono humanitario, tal vez más popular fuera de Estados Unidos que en su país.

Durante más de cuatro décadas, Carter, Rosalynn y su organización con sede en Atlanta monitorearon elecciones conflictivas, negociaron con déspotas, lucharon contra la pobreza y la falta de vivienda, combatieron enfermedades y epidemias y promovieron la salud pública en el mundo en desarrollo.

En el proceso, Carter no hizo nada menos que reinventar el concepto de pospresidencia, abriendo un camino filantrópico que luego adoptaron sucesores como Bill Clinton y, en África, George W. Bush.

Sus esfuerzos en nombre de su Centro Carter, fundado para “lidiar con la paz, combatir las enfermedades y generar esperanza”, le valieron el Premio Nobel de la Paz en 2002.

Incluso en su vejez, Carter siguió siendo una figura política polarizadora. Era un miembro incómodo del club de los expresidentes, a veces frustrando a sucesores como Clinton y criticando las políticas exteriores de George W. Bush y Barack Obama, y ​​de aliados de Estados Unidos como Israel.

En los últimos años, volvió al punto de partida cuando advirtió sobre el impacto corrosivo que tendría sobre la política estadounidense una Casa Blanca plagada de escándalos, tal como lo hizo cuando su crítica de la era de Nixon lo ayudó a derrotar al sucesor no electo del expresidente republicano caído en desgracia, Gerald Ford, en 1976. (Después de que Carter dejó el cargo, él y Ford se hicieron amigos cercanos).

En septiembre de 2019, Carter advirtió a los estadounidenses que no debían reelegir a Trump. “Creo que sería un desastre tener cuatro años más de Trump”, dijo.

En las elecciones presidenciales posteriores, cuando Trump volvió a estar en la boleta, el nieto de Carter, Jason Carter, le dijo a The Atlanta Journal-Constitution este año que el expresidente quería vivir lo suficiente para votar por la candidata demócrata Kamala Harris. Así lo hizo: votó por correo por la vicepresidenta, que perdió ante Trump en noviembre.

Tras perder la reelección, su trabajo en el Centro Carter se convirtió en un gran consuelo. El expresidente dijo en una emotiva conferencia de prensa en la que detalló un diagnóstico de cáncer en agosto de 2015 que ser presidente había sido el momento más destacado de su carrera política, incluso si terminó prematuramente, aunque no cambiaría otros cuatro años en la Casa Blanca por la alegría que había sentido después de dejar el cargo al trabajar con el Centro Carter. Y dijo que estaba en paz con su legado después de una vida rica y satisfactoria: “Creo que he sido tan bendecido como cualquier ser humano en el mundo”.

Carter también dijo en esa conferencia de prensa de agosto que casarse con Rosalynn fue el “momento cumbre” de su vida. Le sobreviven cuatro hijos —Jack, Chip, Jeff y Amy—, 11 nietos y 14 bisnietos, según el Centro Carter.

En abril de 2021, el presidente Joe Biden y la primera dama Jill Biden visitaron a los Carter en su casa en Plains, después de que la expareja presidencial no pudiera viajar a Washington para la toma de posesión del 46º presidente.

Carter siempre había parecido un presidente improbable.

Nadie le daba esperanzas al gobernador de Georgia y exsubmarino de la Marina cuando lanzó su campaña para la Casa Blanca. Pero Carter pasó meses recorriendo los campos de maíz y los pequeños pueblos de Iowa, ganando apoyo votante a votante. En muchos sentidos, su éxito creó la tradición política de las asambleas partidarias de Iowa modernas como un lugar donde los forasteros poco conocidos -Obama, por ejemplo- podían construir una campaña de base que pudiera llevar a la Casa Blanca. Los demócratas han rebajado recientemente el papel del Estado de Hawkeye en su proceso de nominación, argumentando que su demografía mayoritariamente blanca no representa la diversidad de sus partidarios ni de la nación.

El momento oportuno es crucial para los candidatos presidenciales y, como se vio después, Carter demostró ser el hombre adecuado en el momento adecuado en 1976.

Las profundas heridas políticas del escándalo Watergate, que obligó a Nixon a dimitir, seguían abiertas. La nación seguía siendo profundamente escéptica respecto de los políticos tras la dislocación social que supuso la guerra de Vietnam.

“Nunca les mentiré”, prometió Carter a los votantes, forjando una imagen pública de hijo honesto, humilde, temeroso de Dios y racialmente inclusivo del “Nuevo Sur”.

“Nunca le dio vergüenza tener acento georgiano o usar jeans azules y jugar a las herraduras y al sóftbol”, dijo su biógrafo Douglas Brinkley.

La personalidad realista de Carter resultó muy atractiva. A su victoria en las primarias de Iowa le siguieron triunfos en New Hampshire y Florida, donde derrotó a candidatos demócratas como George Wallace de Alabama, Morris Udall de Arizona y Jerry Brown de California.

“Mi nombre es Jimmy Carter y me postulo para presidente”, dijo Carter, burlándose de su salto desde la oscuridad cuando aceptó la nominación de su partido en la convención demócrata de 1976 en la ciudad de Nueva York, donde eligió al senador Walter Mondale de Minnesota como su compañero de fórmula.

La franqueza de Carter fue crucial para su atractivo entre los votantes, pero en ocasiones su sinceridad parecía desafinada. En una de esas ocasiones, Carter admitió a Playboy que había mirado a las mujeres con lujuria y “cometido adulterio en mi corazón muchas veces”.

Carter venció a Ford por 297 a 240 votos electorales y prometió en su discurso inaugural poner los derechos universales en el centro de la política exterior estadounidense.

“Nuestro sentido moral nos dicta una clara preferencia por aquellas sociedades que comparten con nosotros un respeto permanente por los derechos humanos individuales. No buscamos intimidar, pero es evidente que un mundo que otros puedan dominar con impunidad sería inhóspito para la decencia y una amenaza para el bienestar de todas las personas”, afirmó.

El logro más importante de Carter como presidente fueron los Acuerdos de Camp David, alcanzados tras exhaustivas negociaciones entre Egipto e Israel que culminaron en la residencia presidencial en Maryland. Fue el primer acuerdo de paz entre el Estado judío y uno de sus enemigos árabes.

El acuerdo, firmado por Carter, el primer ministro de Israel Menachem Begin y el presidente de Egipto Anwar Sadat en 1978, preveía una paz formal entre los enemigos y el establecimiento de relaciones diplomáticas. El acuerdo dio lugar a la retirada israelí de la península del Sinaí y exigió la salida israelí de la Ribera Occidental y Gaza, con la promesa de futuras negociaciones para resolver la cuestión palestina.

Si bien no resolvió la cuestión de Jerusalén Oriental, y la violencia y el malestar político subsiguientes entre Israel y los palestinos hicieron que nunca se alcanzara todo el potencial del acuerdo, la paz duradera entre Israel y Egipto sigue siendo un eje de la diplomacia estadounidense en la región.

En las décadas siguientes, Carter se enemistó con los dirigentes israelíes y criticó duramente lo que consideraba un incumplimiento de las obligaciones hacia los palestinos. En 2006 desató la polémica al decir que las políticas de asentamiento de Israel en la Ribera Occidental eran equivalentes a las políticas de apartheid de Sudáfrica.

La administración Carter también logró avances fuera de Medio Oriente, en América Latina y Asia.

En 1977 , Panamá contrarrestó la creciente hostilidad hacia Estados Unidos en todo el hemisferio occidental al firmar los tratados del Canal de Panamá, que devolverían la estratégica vía entre los océanos Pacífico y Atlántico al control de su nación anfitriona en 1999. Había temores de que los panameños, cada vez más resentidos con la soberanía estadounidense, pudieran desencadenar un enfrentamiento cerrando el canal, una medida que habría tenido importantes consecuencias económicas y estratégicas.

Carter también se basó en el logro de Nixon de abrir China al formalizar un acuerdo para establecer relaciones diplomáticas plenas en enero de 1979. A esto le siguió una visita emblemática a Estados Unidos del líder chino Deng Xiaoping, ataviado con sombrero de vaquero.

La decisión fue difícil para Carter y le obligó a romper las relaciones diplomáticas formales con el gobierno renegado y aliado de Estados Unidos en Taiwán (que había afirmado ser el gobierno legítimo de China) en favor de los comunistas en Beijing.

En junio de ese mismo año, Carter y el primer ministro soviético Leonid Brezhnev firmaron el tratado que puso fin a la segunda ronda de las conversaciones sobre limitación de armas estratégicas (SALT II), que impuso amplios límites a las armas nucleares estratégicas. Algunos analistas también reconocen a Carter el mérito de haber iniciado la acumulación de armamento sofisticado que más tarde ayudó a Reagan a superar a la Unión Soviética y ganar la Guerra Fría, un gran impulso político en un momento en que el Pentágono seguía siendo impopular tras la guerra de Vietnam.

Mientras tanto, en el país, Carter creó el Departamento de Energía y exhortó a los estadounidenses a reducir el consumo en medio de un aumento repentino del precio del petróleo. Instaló paneles solares en el techo de la Casa Blanca y también inició el proceso de desregulación de las industrias de las aerolíneas y el transporte por carretera.

Pero en 1979, Carter se hizo un daño político significativo en un discurso extraordinario a la nación sobre la crisis energética en el que enumeró críticas a su presidencia y pintó un retrato de una nación apática atrapada en un estado de depresión moral y espiritual.

“Es una crisis de confianza. Es una crisis que golpea el corazón, el alma y el espíritu de nuestra voluntad nacional. Podemos ver esta crisis en la creciente duda sobre el significado de nuestras propias vidas y en la pérdida de una unidad de propósito para nuestra nación”, dijo Carter.

Al final, el discurso volvió para atormentar a Carter y permitió que sus oponentes, incluido Reagan, lo retrataran como un líder pesimista y poco inspirador.

Aun así, a finales de la década de 1970, parecía concebible que el dominio de Carter de la política exterior en el apogeo de la Guerra Fría le daría una oportunidad justa de obtener un segundo mandato.

Pero un auge del Islam revolucionario —que presagiaba una tendencia que confundiría a futuros presidentes— conspiró para expulsarlo de la Casa Blanca.

En octubre de 1979, Estados Unidos permitió que el sha de Irán, Reza Pahlavi (que había sido derrocado por la revolución iraní unos meses antes) ingresara al país para recibir tratamiento médico. Esto enfureció a los revolucionarios islámicos, que lo consideraban un títere opresor de Estados Unidos y querían que regresara a Irán para ser juzgado.

El 4 de noviembre, un año antes de las elecciones estadounidenses, estudiantes que apoyaban la revolución islámica tomaron la embajada de Estados Unidos en Teherán y tomaron a 66 estadounidenses como rehenes.

El impasse de 444 días paralizó a la nación, agriando el ánimo nacional día a día a medida que los boletines de noticias de televisión contaban cuánto tiempo habían estado detenidos los rehenes. Poco a poco, frustró las esperanzas de Carter de un segundo mandato.

Su suerte también se vio afectada por un audaz y finalmente desastroso intento de rescate en el que un helicóptero estadounidense que transportaba fuerzas especiales se estrelló en el desierto, matando a ocho militares estadounidenses.

Al mismo tiempo, la Guerra Fría se acercaba a un punto crucial.

Después de que los soviéticos invadieron Afganistán en diciembre de 1979, Carter decidió boicotear los Juegos Olímpicos de Verano en Moscú y pidió al Senado que retrasara la ratificación de SALT II.

A medida que se acercaba noviembre de 1980, una sensación de beligerancia soviética y la humillación cada vez más prolongada de la crisis de los rehenes fomentaron la impresión de que el poder estadounidense estaba bajo asedio.

“Fue una tormenta perfecta de acontecimientos desagradables, y la incapacidad de Carter para liberar a los rehenes iraníes antes de las elecciones de 1980 significó el fin del mundo”, dijo Brinkley.

Carter escribió en sus memorias que su destino estaba fuera de sus manos a medida que se acercaban las elecciones, pero rezó para que los rehenes fueran liberados.

“Ahora bien, mi futuro político bien podría estar determinado por personas irracionales del otro lado del mundo sobre las que no tengo ningún control”, afirmó. “Si liberaban a los rehenes, estaba convencido de que mi elección estaría asegurada; si las expectativas del pueblo estadounidense volvían a verse frustradas, tenía pocas posibilidades de ganar”.

A lo largo de la campaña, Reagan reprendió a Carter tildándolo de líder ineficaz que estaba condenando a Estados Unidos a una decadencia perpetua.

“Una recesión es cuando tu vecino pierde su trabajo. Una depresión es cuando tú pierdes el tuyo. Y la recuperación es cuando Jimmy Carter pierde el suyo”, afirmó Reagan.

El actor convertido en gobernador de California logró una victoria aplastante en el día de las elecciones de 1980, obteniendo 489 votos electorales.

En la humillación final para Carter, el 20 de enero de 1981, 20 minutos después de que Reagan prestara juramento, Irán liberó a los rehenes.

Carter nació el 1 de octubre de 1924, hijo de James Earl Carter Sr. y Lillian Gordy Carter, que vivían en una casa sin electricidad en el pueblo de Plains, en el sur de Georgia. Fue el mayor de cuatro hermanos y el primer futuro presidente de Estados Unidos que nació en un hospital.

Carter creció durante la Gran Depresión en el segregado Sur profundo, mostró un talento para la música, el arte y la literatura, y a menudo jugaba con niños afroamericanos, un factor que influyó en sus pensamientos sobre la integración y se reflejó en su carrera política.

Después de estudiar tecnología de reactores y física nuclear en el Union College de Schenectady, Nueva York, Carter fue asignado a la fuerza submarina. El futuro pacificador sirvió en las flotas del Atlántico y del Pacífico antes de que el almirante Hyman Rickover, el cascarrabias “Padre de la Armada Nuclear”, lo designara como oficial superior de la tripulación de precomisionamiento del Seawolf, el segundo submarino nuclear estadounidense.

Después de dejar el servicio activo en la Marina en 1953, Carter pasó tiempo criando a sus hijos, administrando la granja de maní familiar y dando sus primeros pasos políticos, ganando la elección para el Senado de Georgia en 1962.

Perdió la nominación demócrata para gobernador ante el segregacionista Lester Maddox en 1966, pero se postuló con éxito para el mismo cargo cuatro años después.

Carter tenía 56 años cuando dejó la Casa Blanca, y pronto buscó nuevas salidas para su inagotable energía política.

“Durante la presidencia, comprendió que el mundo se puede cambiar y que no hace falta un gobierno para cambiarlo; se puede cambiar una persona a la vez, una enfermedad a la vez, construyendo una casa a la vez”, dijo Andrew Young, quien fue embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas durante el gobierno de Carter.

El expresidente y la primera dama visitaron más de 130 países para reunirse con líderes extranjeros y otras personalidades destacadas. Carter seguía viajando después de cumplir 90 años. En mayo de 2015, Carter fue a Guyana para supervisar las elecciones más importantes del país en dos décadas. El Centro Carter ha observado más de 125 elecciones en 40 países desde su fundación en 1982.

“Tratamos de llenar los vacíos del mundo”, dijo Carter a la audiencia en el centro en 2010, “haciendo cosas que otros no quieren hacer o no pueden hacer debido a las sutilezas diplomáticas. Eso es parte de lograr la paz”.

A veces eso significaba mezclarse con malas compañías.

En 1994, Estados Unidos y Corea del Norte se acercaban al conflicto debido a las preocupaciones de Estados Unidos de que Pyongyang estaba construyendo un arma nuclear. En ausencia de relaciones diplomáticas entre los dos países, el presidente Clinton dio permiso a Carter y Rosalynn para viajar al aislado estado estalinista para reunirse con su líder supremo, Kim Il-Sung. A cambio del diálogo con Estados Unidos, Corea del Norte aceptó congelar su programa nuclear, lo que apaciguó la crisis, al menos durante unos años.

Ese mismo año, a Carter se le atribuye haber ayudado a evitar una invasión estadounidense de Haití y haber restaurado al presidente Jean-Bertrand Aristide en el poder.

En 2002, se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en ejercicio o en retiro desde 1928 que visitó Cuba, donde pidió a Estados Unidos que pusiera fin a su “ineficaz” embargo económico y desafió al presidente Fidel Castro a celebrar elecciones libres, otorgar más libertades civiles y mejorar los derechos humanos. En 2008, se reunió con líderes de la organización militante palestina Hamas, designada como grupo terrorista por el Departamento de Estado de Estados Unidos, y de Siria.

En ocasiones, Carter también criticó a Estados Unidos en público.

En un artículo de opinión publicado en junio de 2012 en The New York Times, Carter acusó a Estados Unidos de “abandonar su papel como defensor global de los derechos humanos”. Citó las revelaciones de que las autoridades estaban buscando a personas –incluidos ciudadanos estadounidenses– para asesinarlas en el extranjero como “prueba inquietante” de que la postura del país respecto de los derechos humanos había cambiado para peor.

En el verano de 1945, Carter, entonces un estudiante joven de la Academia Naval de Estados Unidos, conoció a Eleanor Rosalynn Smith y, después de su primera cita, le dijo a su madre: “Ella es la chica con la que quiero casarme”.

Rosalynn rechazó su primera propuesta, pero aceptó la segunda unas semanas después. Se casaron en 1946 y acabaron convirtiéndose en la pareja presidencial que estuvo casada durante más tiempo de la historia.

En julio de 2015, en el programa “The Lead” de CNN, le preguntaron a Carter cuál era el secreto de su duradero matrimonio.

“Rosalynn ha sido la base de mi disfrute total de la vida… En primer lugar, lo mejor es elegir a la mujer adecuada, cosa que hice. Y en segundo lugar, nos damos espacio mutuamente para hacer nuestras propias cosas”, le dijo Carter a Jake Tapper de CNN.

“Intentamos reconciliarnos antes de irnos a dormir por la noche y tratamos de encontrar todo lo que se nos ocurra que nos guste hacer juntos. Así pasamos muchos buenos momentos”.

Cuando publicó su libro “Una vida plena” poco antes de que le diagnosticaran cáncer en 2015, Carter reflexionó sobre su propia mortalidad. Escribió que estaba en paz con sus logros como presidente, así como con sus metas no realizadas.

Dijo que él y Rosalynn “han sido bendecidos con buena salud y miran hacia el futuro con entusiasmo y confianza, pero están preparados para la adversidad inevitable cuando llegue”.

Esta historia ha sido actualizada con información adicional.

Tom Watkins y Jeff Zeleny y Haley Talbot de CNN contribuyeron a este informe.

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